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martes, 22 de enero de 2008

Ay, Diosito, Échale la Mano a la Selección

(Mario Sánchez)

El gol que soñé toda mi vida
lo hice en un mundial.(1)
Diego Armando Maradona


A veces observo con calma el caos de todos los días. Entonces me angustio ante la ajetreada cotidianidad, la violencia exacerbada, la neurosis al borde de la locura, los asesinatos, la pobreza extrema, el hambre, la injusticia y todo aquello que nos circunda y de lo cual no podemos despojarnos. Es en ese momento cuando creo en dios y lo imagino sentado en un sillón enorme, con los ojos clavados en la televisión, con una cerveza en la mano, y bien puesta la camiseta de su equipo favorito. Un dios aletargado mirando el futból, haciendo tronar el cielo de alegría con cada gol anotado, insultando al árbitro, entristeciéndose cuando marcan un penal en contra de su equipo. ¿Y él mundo?, imagino que le pregunto en ese instante, Ahorita en el medio tiempo lo atiendo, me responde. Y el medio tiempo nuca llega.

Sin embargo, esta conducta no es exclusiva de seres divinos. Mi imaginación tiene como base lo que sucede en el plano terrenal. He visto gente que se vuelca completamente sobre un partido de futból, no existe para ellos nada más que veintidós personas y un balón, y si juega la selección entonces sí se pone bueno, pues se está disputando no sólo un campeonato, sino también la identidad nacional, ese sentimiento patriótico. Existen personas que durante los noventa minutos de un partido se comportan como si hubiesen apostado una pierna. Las televisoras llaman a esta enajenación (con sus ya acostumbrados eufemismos) “la pasión del futból”.

Si analizamos esta frase con cuidado podríamos entender que tal vez es más duro el eufemismo que el concepto de enajenación. Pues el futból se convierte en un juego que hace resaltar las pasiones humanas, entendidas éstas como sentimientos y estados de ánimos profundos, que salen a flote de manera violenta, que pueden incluso perturbar el ánimo y crear sentimientos vehementes de odio, de ira, de amor, etcétera. Y quién puede negarlo si las pruebas son contundentes, ¿no se llena el ángel de gente feliz que salta, hace escándalo y disturbios cuando se celebra un partido ganado, no la gente entristece, se enoja, despotrica contra jugadores y contra todo aquel que se le pone en frente cuando pierde su equipo, no hay violencia en los estadios entre personas con distintas camisetas? Y es que el futból, en particular un equipo, se vuelve un fetiche para el fanático, quien le coloca una carga afectiva y, entonces, lo convierte en un objeto amoroso; el espectador hace suyo el objeto y cualquier decepción deportiva es asumida como un fracaso personal.

El futból ha establecido un vínculo muy estrecho con la religión. Se llevan a cabo rituales donde las iglesias se llena de plegarias y todas van en el mismo sentido: “Ay, diosito, échale la mano a la selección, amén”, dicen el que apostó la pierna y todos los que lo rodean. Es más, la iglesia, siempre bien despierta, ya aprovechó para inventar a un santo niño futbolero, lo cual, por supuesto, atrae más ovejas y como consecuencia más monedas para el pastor.

Cuando me enteré de la existencia de dicho santo y después de escuchar gente pidiéndole a dios por su equipo, me pareció extravagante, sumamente curioso y hasta ridículo en cierto sentido. La situación se me hizo inverosímil, pues ahora pedir por el partido del domingo y no por la salud, la paz, el bien común… Pues, ni modo, cada quien, me dije. Pero el colmo, ya cuando no pude aguantar más y me reí hasta que me dolió el estómago y la mandíbula, fue cuando el 9 de enero me enteré de que Papa Benedicto XVI abogó para que el juego del futbol sirviera como ejemplo de honestidad y fraternidad: ¿honestidad?, ¿se habrá referido al gol que Maradona metió con la mano en el mundial del 86 y por el cual le ganó Argentina a Inglaterra 2-1

"Pueda el juego del fútbol ser siempre vehículo de educación de los valores de la honestidad, la solidaridad y la fraternidad, especialmente entre las jóvenes generaciones", declaró el prelado. Indiscutiblemente el señor nunca ha estado en la tribuna de un Pumas-América, porque si fuera así sabría de toda la violencia que suele darse en los estadios, de los golpes y agresiones entre fanáticos de equipos opuestos. ¿Cuántas veces no hemos visto violencia, embriaguez, una pasión exacerbada que sólo demuestra odio entre seres humanos? Ah, que señor tan ocurrente, y todo para quedar bien con el equipo de la serie D de la liga italiana que estaba presente en ese momento.

Por supuesto, plan con maña, pues qué no se atrevería a decir la iglesia para persuadir más personas de acercarse a la religión. Están arredrados, temerosos porque cada vez ven más lejos su propósito de enajenar a la sociedad entera, una sociedad cada vez más escéptica. Ahora, el futból puede ser un buen intermediario, pues si la iglesia apoya el futból, los fanáticos de dicho deporte están más cerca de dios y de los interesas de su institución.

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(1) Dicho esto por Maradona en una entrevista que le hicieron para un canal de televisión en Argentina. Se refiere al gol que le dio el triunfo a Argentina en el mundial de México en 1986. Maradona anotó ese gol con la mano y él mismo lo nombró “la mano de Dios”.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es un espectáculo entre deprimente e hilarante la vista del "santo niño futbolero", el clásico "niñito dios" de pasta con la pierna flexionada como en tiro de esquina y portando su uniforme futbolero. Por cierto, en las décadas que llevo de ser aficionado a la "violenta" y "sangrienta" fiesta brava, nunca absolutamente he atestiguado batallas campales como las que en estadios de fut bol he visto.

Anónimo dijo...

La vida y el mundo son el sueño de un dios ebrio, que escapa silencioso del banquete divino y se va a dormir a una estrella solitaria, ignorando que crea cuanto sueña... (Enrique Heine)
Me lo recordaste ¡hace mucho que no lo leía! pero bueno ya entrando un poco en el tema, definitivamente la iglesia siempre apoyará los actos que desproveen de razón al ser humano. La iglesia tiene dirigentes perversos y rebaños idiotizados.