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jueves, 26 de junio de 2008

A PROPÓSITO DE EL GALLO HUIDO DE D.H. LAWRENCE

Mario Alberto Sánchez Carbajal
Escritor - Colaborador


III

El campesino propone resguardar al hombre muerto (Cristo) en su casa, a pesar de tener el presentimiento, casi certero, de que el encubrimiento traerá consigo problemas: “El campesino miró atemorizado a su alrededor, preguntándose malhumorado por qué se había prestado a algo que presagiaba fatalidad. El hombre de los pies heridos […]. Notaba la frescura de seda del trigo joven bajo sus pies, que habían estado muertos, y percibía la aspereza de su vida independiente.” ¿Independiente?

Y lo pregunto porque en otros textos nos hemos remitido al significado de los símbolos, pero en esta ocasión la palabra misma tiene un peso plomizo sobre la historia. La definición de la palabra independencia según el diccionario de María Moliner: se trata de un adjetivo aplicado a cosas separadas de otras cosas o sin relación con ellas, es decir, sin dependencia respecto de otras cosas. Cuando se habla, entonces, de vida independiente, se trata de que quien vive se ha separado de aquello con lo que se relacionaba. Así nos percatamos de la confirmación de esa primera negación a partir del miedo, pero esta vez es definitivo, pues quien tiene vida independiente está mostrando que se ha librado del yugo de aquello con lo que tenía una relación necesaria. Jesús está negando la religión. Podría parecernos paradójico, pues cómo negar eso que él mismo prodigaba y de lo cual fue encabezado, encabezado, en este caso, como el de un periódico que se olvida al día siguiente cuando uno nuevo llama la atención. La negación como independencia y el arrepentimiento de su error son ineludibles.


Así es que el campesino y el hombre llegan a una casa humilde construida de arcilla. Allí adentro, el campesino y su mujer ofrecen comida al “maestro”, éste come solamente para sustentar la vida, pues el deseo está muerto en él, todo lo que lo rodea, incluso lo que está dentro de su alma es una absoluta desilusión. Los campesinos, obligados por el temor causado por aquella imagen del hombre levantado de la muerte, hacen todo lo posible para que aquél esté tranquilo, enredado en la comodidad que se merece. Pero ante la inminente oscuridad de la noche antes de dormir, muy similar a una tumba, Cristo se siente aterrado y prefiera salir y tenderse sobre la hierba del patio. La mujer del campesino lo mira aterrada, como si tuviera en su patio a un muerto verdadero. Lo mira con ese terror que aun actualmente causa la imagen de Cristo, ya sea en la cruz; ya sea, bajado de ella.


Al día siguiente “El hombre que había muerto observaba el gran impulso en la existencia de las cosa que no habían muerto, pero ya no veía su trémulo deseo de existir y de ser.” El desencanto es completo, al puro estilo de los personajes de Onetti en Tierra de nadie: permanecer vivo es ir pudriéndose en vida poco a poco e irremediablemente. ¿Será que después de la muerte, para aquellos que creen, lo prometido es puro desencanto, como le sucede aquí al mesías? Si es así, entonces lo prometido es peor que el sacrificio en vida para alcanzar lo prometido; entonces no vale la pena creer por la promesa de otra vida. “Yo no lo sé de cierto, pero” me parece un buen punto para armar una discusión o pensar ensimismado buscando respuesta.


Todas las mañanas, el hombre sale a tenderse al sol, y el astro es el único elemento que le infunde un poco de vida, de ánimo. En una de estas visiones del mundo vivo, Cristo lleva su mirada hasta topar con el gallo dentro del corral y amarrado de una pata. Es entonces cuando Lawrence evidencia un enfrentamiento entre la vida y la muerte, una clara división entre opuestos complementarios: “Y nunca el hombre que había muerto veía sólo al ave, sino a la breve y nítida ola de vida de la que el gallo era cumbre. […] Al hombre le parecía oír el extraño discurso de la vida, mientras el gallo imitaba triunfalmente el cloqueo de su gallina favorita.” El encuentro entre la vida y la muerte es claro, sin embargo no es sólo esto lo que el escritor quiere mostrarnos. En un texto anterior hablamos de que el hombre envuelto en el sudario niega su propia muerte, justificándose con el hecho de que lo habían bajado demasiado pronto, asimismo comentamos que uno de los significados del gallo, en tanto símbolo, es la actividad. Y en este momento la actividad del gallo se nos presenta como la vida misma, así queda claro porque, a pesar de la negación, Lawrence sigue llamando a Cristo el hombre muerto, pues en el enfrentamiento de la vida con la muerte nos percatamos de que sólo se hace referencia al funcionamiento físico, es decir, Jesús está vivo porque puede mirar y sentir el mundo que lo rodea, porque camina, habla, escucha e incluso come lo necesario para resistir. Mas, por otro lado, está muerto porque el ánimo ya no le funciona, porque ese soplo que es el alma está recostado sin esperanzas en el lecho desde donde se mira el andar perenne de la vida, es un Cristo desilusionado que está vivo pues el cuerpo funciona, pero la ilusión ya abdicó a su trabajo. Es tan humano que entristece. Con esto Lawrence niega el sacrificio de Cristo por la humanidad y por lo tanto se niega el amor prodigado, y entonces, como bien dice Villoro en el prólogo a este cuento: Jesús no nos ofrece el amor sino el cadáver del amor. Y finalmente es eso a lo que nos enfrentamos en las iglesias, pues quienes van no dialogan con el muerto sino con un cadáver, y los hemos visto besarle los pies al cadáver, hablar con el cadáver, prometer al cadáver, vender la voluntad entera y poner la vida en manos del cadáver. ¿Quién no los ha visto con ese dejo de tristeza que da ver a nuestra especie humillándose?


Es esta misma escena Cristo mira al gallo moverse hasta los límites marcados por la cuerda amarrada a la pata; lo mira estirar todo su plumaje intentando alcanzar a su gallina favorita. Pero el gallo desiste y rendido se echa en un rincón. Por la noche, la gallina se acerca entregándose y Jesús los ve aparearse, una vibración de plumas confundidas que se trastocan en la imagen del “borde de una ola de vida superpuesta a otra durante un minuto, en la marea del ondulante océano de la vida.”.


Al atardecer el campesino regresa para darle la noticia de que ya se han percatado de que el cuerpo no está en la tumba, que lo han robado y los romanos ya están enterados y en su búsqueda. El maestro le contesta que debe guardar silencio para estar a salvo. Y al ver la figura del campesino, su aspecto estúpido, carente de fuego, sin brillo, de polvo ((el hombre que había muerto pensó: “¿Por qué, entonces, habría de elevarse? A los terrones se los revuelve para que se aireen, no se los eleva. Dejemos que la tierra siga siendo terrenal, y que el cielo decida por sí mismo. Me equivoqué al elevarla. Me equivoqué al tratar de inmiscuirme. La reja del arado de la devastación penetrará en el suelo de Judea y revolverá la vida de este campesino como la tierra del campo. Ningún hombre puede salvar a la tierra de la labranza. Es labranza, no salvación…”)). Esto evoca el hombre mientras mira la figura enteramente terrenal del campesino, y se da cuenta de que su intento por redimir el mundo no fue sino un ensayo fallido; deja la soberbia a un lado y cada vez es menos divino, se incorpora a la humanidad renunciando a aquella megalomanía de cuando predicaba lo que ahora reconoce como un error. Jugó con el mundo, se equivocó y ahora cae a la tierra, desgajándose, junto con su soberbia.

Al día siguiente el hombre que había muerto se levanta para dirigirse hacia el huerto donde está la tumba vacía. Mira a una mujer nerviosa vestida de azul y amarillo asomándose al hueco en la tierra. Ella vuelve la mirada hacia él y grita “¡Se lo han llevado!”, a lo que Cristo replica pronunciando un nombre “¡Magdalena!”…


2 comentarios:

Alfonso Romero dijo...

Uno de los aspectos más trágicos del cristianismo es que sus seguidores veneran efectivamente a un muerto, a un hombre humillado y derrotado. Lo vemos con naturalidad a fuerza de verlo tanto pero esos cristos agonizantes y flagelados clavados a una cruz penden de los pechos igual que si se tratara de una cabeza reducida de los indios jíbaros.

ADRIAN CARBAJAL dijo...

Si se hace un análisis concienzudo acerca del por que tenia que venir, dar a conocer un mensaje en beneficio de la humanidad y morir hay que conocer la ley mosaica, los libros poéticos, los proféticos, los evangelios y posteriormente las cartas apóstolicas y la revelación. La muerte de Jesucristo fue simbólica y representa un nuevo pacto el cual deja sin valor al pacto de la ley. Jesucristo fue un hombre vivo en toda la expreción de la palabra, mas vivo y con una vida llena de sentido como la que ningun otro hombre va a llegar a experimentar. buscar desacreditar el sentido de su vida es una forma de pretextar que si el hombre mas grande de todos los tiempos fue un muerto viviente por que el resto de los mortales desde los mas sabios hasta los mas pelmazos no lo pueden ser, es intentar dar respuesta a la miserable vida de muchos.